martes, 20 de mayo de 2014

Aún recuerdo el día en el que el veterinario me dijo que me despidiese de ti, que tenías un cólico, y era incurable. Recuerdo como empapé en lágrimas mi almohada, en ese momento eras lo más especial que tenía, lo único que tenía, y no podía perderte. 
Al día siguiente nada más levantarme fui a verte, nunca te había visto tan triste, cansado y enfermo. Me pasé toda la tarde sosteniendo tu pesada y preciosa cabeza, para que dejases de respirar tierra, dándote largos paseos y procurando que bebieras agua, tenía tanto miedo de que de un momento a otro te desplomaras en el suelo, que no podía parar de llorar mientras hacía todo esto.
Cuando ya no podía hacer que te levantases, me tumbé a tu lado acariciando tu lomo y esperando un puto milagro. No sé cuanto tiempo pasé así, tampoco importaba, solo pedía con todas mis fuerzas que sobrevivieras, porque no sabía que iba a hacer sin ti.
Hoy sigues aquí conmigo, y cada día que pasa te agradezco que esos días fueras fuerte, porque tú me haces más fuerte día a día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario